-El bicho de Alien y sus secuelas es un xenomorfo, una forma de vida alienígena de origen incierto. Unos atribuyen su creación mediante tecnologías de ADN recombinante a los Space Jockeys, los extraterrestres que aparecen muertos donde los humanos encuentran los huevos por primera vez; otra teoría otorga un origen “natural” a la especie; y luego habría especulaciones que involucran a los depredadores de Predator, con o sin la connivencia de los Space Jockeys. En fin, en realidad no se sabe de dónde provienen los xenomorfos pero sí que llevan miles de millones de años dedicados a cazar y reproducirse aprovechándose de cualquier incauto que ose acercarse lo suficiente a ellos o a uno de sus huevos, respectivamente. El caso es que lo que más nos importa aquí es su ciclo de vida.
La primera fase es un huevo externo, un huevo-trampa. Si el incauto del que hemos hablado antes acerca su cara a la parte superior del huevo, éste eclosiona y de él surge catapultado el denominado “atrapacaras”. Esta fase del ciclo vital es, junto con la siguiente, la más efímera (y más a medida que avanza la saga). El atrapacaras es algo parecido a un artrópodo, con unas patas articuladas y una cola que se agarran respectivamente a la cara y cuello del huésped mientras en las entrañas de éste se introduce una larva parásita.
Una vez que la larva ha germinado, el atrapacaras se desprende inerte del huésped, al que ha mantenido en coma inducido (es literalmente imposible separarlo antes, ya que, además de que mantiene las funciones vitales del huésped, su sangre está compuesta por un ácido molecular [sic, lo siento] muy corrosivo, por lo que no se puede proceder a cortar por lo sano). La larva entonces se desarrolla rápidamente hasta alcanzar la fase denominada “revientapechos”. Creo que no es necesario explicar la razón por la que recibe este nombre.
Cuando el revientapechos escapa del huésped continúa creciendo, sufriendo varias mudas, y llega a los estadios adolescente y adulto de la fase “zángano”. Estos ejemplares son los más conocidos, que tanto trabajo dieron a Ellen Ripley. Si el zángano consigue vivir lo suficiente, unos cien años, se desarrollará hasta el estado de pretoriano, más grande y ornamentado. Pero estas fases no son interesantes para nosotros, ya que no tienen funciones reproductoras.
La única forma reproductora del xenomorfo es la de reina (ver nota al final), que sale por vez primera en Alien 2 (Aliens, el regreso) y es la que desarrolla un mayor tamaño y un abdomen provisto de órganos reproductores y un ovipositor. Hay dos maneras de llegar a esta forma del xenomorfo. Por una parte, si el nido se quedara eventualmente sin reina, un pretoriano (o incluso un zángano, si no hubiera pretorianos presentes) podría sufrir un cambio por el que se convirtiera en reina. Pero esto no es frecuente. Lo más habitual es que de vez en cuando surja una reina de un huevo normal que prospere como reina si no existe ya una monarca vigente que la mate o la destierre. También parece que un xenomorfo que nazca fuera de su nido tiene bastantes posibilidades de devenir en reina, si las condiciones para fundar una colmena son propicias.
La reina coloca sus huevos cuando es consciente de la presencia de víctimas en las proximidades. Cuando la colmena está bien establecida, los zánganos y pretorianos la surten con víctimas vivas inmovilizadas, cerca de los huevos. Y así comienza de nuevo el ciclo.
¿Y qué tiene esto que ver con el Lamarquismo?
Bien. La fase que más nos importa es la de la larva parásita, ya que determinará lo que será el individuo adulto, literalmente. Mediante unas recombinaciones genéticas de naturaleza poco clara, la larva introducida por el atrapacaras en el huésped adquiere genes de éste. Además, la transferencia horizontal de genes es biunívoca. El huésped también hereda características de los aliens, como queda patente en la cuarta película de la serie, aunque lo habitual es que eso no importe ya que morirá cuando de él salga el revientapechos. Si el xenomorfo que ha hibridado con el huésped se va a desarrollar como zángano y luego pretoriano, la transferencia horizontal de genes no tendrá trascendencia. El nuevo alien adquirirá rasgos del huésped y, cuando muera, se acabó. Esto ocurre varias veces en las películas. La primera vez que el espectador se percata de este fenómeno es cuando en Alien3 surge un alien-perro a partir del ataque de un atrapacaras a un rottweiler. Y luego tenemos el predalien en Alien vs Predator: Requiem, aunque en esta saga secuela (completamente prescindible) se toman ciertas licencias con todo este asunto del ciclo de vida.
Lo interesante ocurre cuando aparece un xenomorfo que va a ser reina. No me estoy refiriendo a los hechos excepcionales de Alien 4 (Alien: Resurección). La reina alien de esa película es, al igual que la propia Ripley del futuro, producto de varios experimentos de manipulación genética a partir de una muestra obtenida de la Ripley original después de que la teniente fuera parasitada en Alien 3. La reina ha heredado así una matriz humana y con ella ha concebido mediante partenogénesis un hijo mitad humano mitad alien que se siente hijo de Ripley (de hecho lo es… más o menos). Pero si un xenomorfo parasita a un huésped y luego se desarrolla como reina, los caracteres adquiridos por ésta pasarán a su descendencia, por lo que podríamos decir que los linajes de los xenomorfos que utilicen diferentes especies como huéspedes seguirán caminos muy divergentes y su evolución por separado será vertiginosa. Esto está grabado en la mente de todo aquel espectador que se preocupe un poco en elucidar cómo está diseñado el ciclo de vida de los aliens, aunque, curiosamente, los únicos casos de herencia vertical que se muestran en toda la saga aparecen en la cuarta entrega y son consecuencia de experimentos científicos que tratan de aprovechar esta “ventaja” evolutiva de los xenomorfos. Y por supuesto está absolutamente claro en todo momento que con quien hay que acabar es con la reina, que es la madre del cordero de todo el proceso exterminador de los aliens.
Tanto si estos simpáticos organismos han sido creados por la raza del enorme Space Jockey como si han surgido de forma natural en un planeta, su evolución seguirá la dirección que elija la reina, que es inteligente y efectúa las puestas donde a ella le parece que puede ser interesante hacerlo, no al azar. Y otro asunto a tener en cuenta es que el atrapacaras sólo puede atacar a quienes tengan algo así como una cara con boca y un tamaño determinado, lo cual implica que los seres en los que se hospeden serán algo entre un perro y un extraterrestre gigante de aspecto más o menos antropomórfico, como el Space Jockey. De hecho, el gato de la Nostromo fue despreciado. Es decir que, intuitivamente, y a pesar de ser “el organismo perfecto”, un xenomorfo tiene como diana parasitable (y de intercambio horizontal y dirigido de genes) algo relativamente parecido a un humano, como desearía cualquier especie evolucionada que se precie, sea cual fuere su origen en el universo, si es que tiene el suficiente sentido común. Aquí está de nuevo ese contrato entre autor y espectador del que hablábamos en la entrada anterior, en este caso incongruente con la esencia de la saga (la superioridad evolutiva de los xenomorfos) pero perfectamente aceptable.
En cualquier caso, Ash, el androide con cuyas palabras comenzábamos nuestras reflexiones, no iba a explicar todo esto a unos humanos a los que presumiblemente restaban pocos minutos de vida. Pero a Ripley le hubiera venido muy bien saberlo, para contestar al marine colonial Hudson, que en la segunda película preguntaba (exabruptos aparte): ¿Esto va a ser una guerra en firme u otra cacería de bichos?
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